Diario de un náufrago

El cielo puede esperar

julio 2020

Este primer sábado de agosto quedamos varios amigos en Palazuelo de Torío: Bea, Sandra, Natalia, Raquel e Iván. Después de un bañito en el río que me hizo sentir como un chaval y, mientras reptaba, como un yanqui acechado por el Vietcong, con la protección de Iván desde la altura de su caballo Kazac y de la de Lobito, nos cobijamos «a la sombra de los pinos», que el sol andaba juguetón. Y estuvimos de tertulia. Y más en el porche de la casa siempre bien acompañados por bombones de Renta 4, claro, que tan bien sientan. Y hablamos de liberales y de feminismos; de la revolución silenciosa y de la que no lo es tanto; y de Marías y de coletas; de mascarillas y de contagios; de monopolios y dictaduras y de la necesidad de los besos y de los abrazos; de los francos suizos y del oro; de las series que hemos visto y veremos; y de ágoras y teletrabajos, y de gente que merece la pena y otras que no tanto; y de IVAS y de psicologías positivas. Y al final, de lo fácil que es pasarlo bien en buena compañía. Presencial, eso sí.

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