
A Emily Dickinson (1830-1886) le gustaba escribir desde las tres de la madrugada hasta el amanecer. La discusión que tiene con su editor del periódico es genial, en defensa del oficio: «La claridad es una cosa, señor. La obviedad es otra distinta. La única persona capacitada para intervenir en la obra de un poeta es el poeta mismo». La película trata más de moralidad, del papel de la mujer en aquella época y de las esposas, de su enfermedad, que de su escritura aunque se van intercalando versos suyos, como el del final: «Esta es mi carta al mundo que nunca me habló sobre las sencillas nuevas narradas por la naturaleza con tierna impetuosidad. Su mensaje es encomendado a manos que no alcanzo a ver. Por el amor que me tenéis queridos compatriotas, juzgadme con ternura».
En A propósito de nada, Woody Allen, dice: «El público también se me echó encima cuando, hablando de mi amor por Soon-Yi, declaré que el corazón quiere lo que quiere. Encontraron egoísta este comentario, pero pocos, si es que alguno lo hizo, se dieron cuenta de que yo estaba simplemente citando a Saul Bellow citando a Emily Dickinson, no describiendo realmente mi propia filosofía».
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