julio 2020
La semana pasada estuve con unas amigas y hablamos de un montón de cosas. Entre otras, de la energía de las personas, de los árboles, de las viviendas. Como suelo andar por la Candamia, salió el tema del «círculo de piedras» que hay debajo de las Lomas, al lado de los pinos. Una de las chicas me dijo que ella era la cuidadora de los «círculos de luz» de León, por lo que quedamos allí. Al final nos juntamos cuatro adultos y un chaval en torno a lo que resultó ser «un círculo de sanación». Después de dar siete vueltas alrededor, Bego, yo y la Catedral de fondo, nos alineamos. Me hizo cerrar los ojos, luego me acarició la media espalda («donde el chacra del corazón») y me puso una mano sobre la otra. Estuvimos un rato así, primero mirándonos a los ojos. Mirar fijamente a los ojos a otra persona durante un rato largo es algo curioso, sobre todo si nos sabes durante cuánto tiempo vas a estar así. Luego, me dijo que los cerrara y al rato los abrí; me dijo que los volviera a cerrar:
-¿Por qué los has abierto?
-No sé.
Me dijo que ella canalizaba energía y que había visualizado fuego, colores de fuego, en una energía muy fuerte, muy potente. Todos pasamos por esta experiencia y, luego, conversamos de personalidades, de culpas y sanaciones, de energías, de diferentes formas de meditar y del Yo superior. Una velada muy agradable donde, además, compartimos zanahorias y sandías y nos libramos de una buena tormenta. Hoy, mi padre hubiera cumplido 87 años.


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