Diario de un náufrago

El juego de la muerte

Acabo de ver un documental que me ha impresionado: El juego de la muerte. Se trata de un experimento de 2009 que un equipo científico multidisciplinar liderado por el psicólogo social Jean Baptiste Germain puso en marcha para determinar el grado de obediencia a la autoridad, analizando en concreto la influencia y el poder de la televisión, la segunda actividad después de dormir de los franceses.  

Durante diez días y en un plató de televisión, ochenta personas participaron en el concurso La zona extrema. Cada uno de ellos preguntaba al «otro concursante» (un actor) veintisiete cuestiones (asociaciones de palabras) y cada vez que fallaba le propinaba una descarga eléctrica: empezando por veinte voltios -y de veinte en veinte- hasta llegar a los cuatrocientos sesenta. Si llegaban hasta el final sin retirarse, el que respondía recibiría 900.000 euros y el concursante preguntador-castigador 100.000 euros. Este experimento, que trataba de extraer consecuencias de hasta qué punto somos capaces de obedecer aun haciendo daño a otro -y sin posibles represalias-, replicaba el de los años 60 denominado el experimento de Milgran, aunque en vez de hacer las pruebas anónimamente esta vez se haría en un plató de televisión con una presentadora famosa.  

El experimento de Milgran trataba de estudiar el poder de la autoridad sobre el individuo. ¿Hasta dónde estaban dispuesto a obedecer produciendo dolor al otro concursante? El 61% de los concursantes llegaron al final de la prueba a pesar de los «gritos de dolor» del otro concursante: «Si me lo ordena la autoridad legítima, estoy dispuesto a obedecer».

El resultado del experimento de 2009 es escalofriante: el 81% de los ochenta concursantes llegaron hasta el final, produciendo consecutivamente descargas cada vez mayores hasta alcanzar los cuatrocientos sesenta voltios. ¿Cómo es posible tratándose de gente normal, no amoral, que no querían hacer daño, que no eran unos sádicos? ¿Cómo no pudieron desobedecer a la autoridad encarnada en una presentadora conocida en un plató de televisión ante un público y unas cámaras? ¿Por qué no se rebelaron, cómo pudieron seguir adelante cuando tenían valores no compatibles? Se encuentran solos ante el poder y se convierten en seres obedientes. Es la primera vez que están en la televisión y quieren hacerlo bien. La presentadora es conocida. Al entrar en el plató ponen el piloto automático y ante una orden, obedecen. Pierden su propia percepción o se adaptan a otra. Cada vez que accionan las palancas de los voltajes les anima a seguir adelante cayendo en un «estado agéntico»: de ser personas independientes, autónomas, en un determinado ámbito de poder se convierten en «agente de ejecución», obedientes, aunque lo que hagan no concuerden con sus valores. Ante una autoridad en la que se confía y aunque esta abuse de su poder, obedecen (el 30% de los obedientes nunca se resistieron).

En algunos momentos, mientras los voltajes van aumentando, se producen las primeras reacciones: la risa, como forma de rebajar la tensión que les supone hacer daño; en un segundo momento, el 17% de los que siguieron adelante hasta el final intentan hacer trampas para reducir el sentido de culpa; en un tercer momento (sobre los trescientos veinte voltios) la mayoría niegan a la víctima y aunque el actor da gritos de dolor, se queja, dice que quiere abandonar… ellos siguen haciendo las preguntas. En cuarto lugar, se llega a negar la realidad para seguir adelante y eliminar el estrés que les supone seguir adelante en contra de sus propios valores.

Ante los titubeos de algunos de los candidatos («No puedo seguir haciéndole daño», «no lo hago con gusto», «me vas a odiar pero estoy obligado», «esto es sádico» «estoy sufriendo igual que él») la autoridad exhorta: “Que no te impresione, continúa”. “Es tu turno, continúa”. “Son las reglas, continúa”. “Nosotros nos hacemos responsables, continúa”. “En diez minutos te agradecerá que sigas jugando, continúa”. “¿Qué opina el público?”. 

Solo dieciséis personas son desobedientes a la autoridad y no quieren seguir con un juego que hace daño a otro y va en contra de sus valores. Solo dieciséis se niegan a aceptar el «tengo que». Solo dieciséis dijeron «No quiero». Y es que decir que no, no se improvisa.

Pero, ¿qué pasaría si ante las mismas reglas de juego quitamos de escena a la presentadora? En este supuesto que probaron con varios concursantes la mayoría (el 75%) desobedecieron.

El 80% de la gente normal, como cualquier otra persona, en la situación de un concurso de televisión es capaz de ser un torturador. Y es que, como concluye Jean Baptiste, «el poder que ha alcanzado la televisión es terrorífico».

El documental está traducido al castellano y se puede visualizar en YouTube.

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