
Cuando en los diferentes ambientes donde me muevo se habla tanto de la misma persona, como me ha sucedido con Byung-Chul Han, me genera cierto recelo, me huele a moda pasajera, a trending topic. Pero a la vez me puede la curiosidad intelectual y cedo ante este «universo de lo igual», a eso de lo que todos opinan. E inclinando la cabeza, humildemente, me dejo llevar y le leo. Y descubro, paradójicamente, su mismo «terror a lo igual» en su libro «La expulsión de lo distinto» Y me parece muy sugerente.
Y es que, haciéndome «igual» a él, comparto su pensamiento: «Los tiempos en los que existía el otro se han ido».
«El otro como misterio»: porque no buscamos al otro ni a su misterio y preferimos conectarnos con los que piensan o sienten igual que nosotros. Porque en lo virtual, sin contacto humano donde se experimente lo diferente, nos convertimos por arte de la inteligencia artificial en un número o algoritmo que se deja complacer por los cien ‘me gusta’ o ‘me enamora’. Nos transformamos en macrodatos (acuérdense del artículo El Dilema de las redes), ese reino del «es lo que hay», sin importar el porqué.
«El otro como seducción»: y es que en esta sociedad de la prisa no tenemos tiempo para tonterías. Y menos, para jugar, que hemos de ser productivos y eficaces a toda costa, 24/7. Y seducir requiere tiempo, para el juego y para la risa.
«El otro como eros»: sin seducción, sin deseo, vemos al otro como cuerpo sexual, cosificado, pornográfico, sin narrativa alguna, como un imperativo neoliberal de rendimiento, como una fuerza de producción. Y es que, en la mirada pornografía, todos los cuerpos son iguales, sin lenguaje propio. El eros nos libera del yo y nos conduce al otro.
«El otro como infierno y dolor»: porque como ya dije el martes pasado (De la manita conmigo), se evita a toda costa cualquier mínimo estrés o pequeño dolor en esta sociedad de la hiperprotección que impide que nuestro sistema inmunológico haga su trabajo. Y, «sin contrincante dialéctico» que nos limite o nos dé forma, corremos el riesgo de convertirnos en una masa amorfa. Porque en la experiencia del contacto real está lo que nos «concierne, nos arrastra, nos oprime, nos anima». Y su esencia es el dolor. Y en lo igual, no hay dolor. En el universo de lo igual existe información, pero no pensamiento transformador.
«Los tiempos en los que existía el otro se han ido». Pena.
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